24.1.1848
Culminación de una crisis política entre el gobierno del general José Tadeo Monagas, junto con los liberales que lo apoyaban, y el grupo encabezado por el general José Antonio Páez, generalmente llamado conservador. Este supuesto «atentado» marcó la ruptura definitiva entre los 2 bandos. Páez lo utilizó como la excusa para alzarse en abierta rebelión en contra del gobierno; Monagas lo utilizó para imponerse a un Congreso que se le oponía y para derrotar a Páez, quien aspiraba a continuar en el mando sin ser presidente.
Antecedentes: A raíz de que Monagas había dado ciertas demostraciones de no estar dispuesto a dejarse mandar por los paecistas a través de los secretarios de gabinete que le habían sido impuestos, este último grupo, compuesto por una combinación de comerciantes y terratenientes, al igual que Páez, inició una campaña para someter a Monagas por medio de amenazas. Al no haber reemplazado Monagas a los miembros de su gabinete y a los gobernadores provinciales con los candidatos de los paecistas y, más aún, al haberles perdonado sus vidas a dirigentes de la oposición liberal, quienes habían sido sentenciados a muerte por haberse rebelado durante las elecciones de 1846, en especial al candidato presidencial Antonio Leocadio Guzmán, las amenazas de los paecistas se tornaron más agresivas. Por su parte, los liberales y otros opositores de los paecistas, entre ellos los militares bolivarianos que habían sido ignorados por Páez luego de la muerte de Bolívar, acudieron en apoyo de Monagas en respuesta a la mano que este les extendía, viendo en ello la oportunidad, no sólo de formar parte de un gobierno por vez primera, sino también de desplazar y derrotar a los paecistas, quienes, hasta entonces, se habían valido de una combinación de fuerza y del control de las leyes para contenerlos. Más que sus acciones, fue la reacción exagerada de los paecistas la que convenció a los liberales del antipaecismo del presidente Monagas. El apoyo brindado por los liberales y la aparente aceptación del mismo por parte de Monagas enfurecieron aun más a los paecistas. Así fueron aumentando las amenazas entre los 2 bandos, hasta que los paecistas dejaron saber que estaban dispuestos a utilizar al Congreso que estaba controlado por ellos para enjuiciar a Monagas por traición a la patria si este no se les sometía. Ya decidido a gobernar, con o sin el apoyo de Páez, y habiendo logrado el apoyo de los liberales a través de su líder Antonio Leocadio Guzmán y de otros grupos menos apasionados que no veían en sus acciones suficientes razones para declararlo traidor, Monagas comenzó a prepararse para defender su gobierno. Fue pasando a retiro a oficiales del ejército activo y desarmando a la milicia activa controlada por los «oligarcas» paecistas, al tiempo que comenzó a armar a una milicia de reserva, compuesta por las «clases bajas», supuestamente liberales y que normalmente se mantenía para efectos de reclutamiento. Durante sus primeros 9 meses en el poder Monagas había ido renovando viejas alianzas y efectuando nuevas con otros jefes regionales y locales. Por su parte, Páez también afirmó sus alianzas en todo el país, inclusive viajando a los llanos, ostensiblemente para comprar caballos, pero en realidad para reunirse con sus allegados y preparar la rebelión. Antes de la apertura del Congreso de 1848, la oligarquía declaraba su intención de enjuiciar a Monagas por infracciones a la Constitución. Al declararlo culpable, pasarían 3 leyes para asegurar su control sobre el país. La primera ley entregaría el poder real al jefe del ejército quien sería nombrado por el Congreso sin que el presidente pudiese deponerlo; Páez sería entonces jefe del Ejército. Para sofocar posibles alzamientos, la segunda ley establecería el juicio marcial para toda ofensa de rebelión aunque fuera llevada a cabo por civiles. La tercera ley restringiría el derecho al sufragio únicamente a los «ciudadanos honorables». Los liberales pensaban que si lograban mantenerse en el poder sobreponiéndose a esta crisis, seguramente lograrían obtener la mayoría en el Congreso en las elecciones legislativas previstas para 1848. Por su parte, los conservadores no estaban dispuestos a correr el riesgo de perder dichas elecciones. Dentro de un clima de tensión creciente, los 2 bandos se prepararon para la apertura de las sesiones del Congreso.
La crisis: El Congreso no obtuvo su quórum reglamentario sino hasta el día 23 de enero de 1848. Anteriormente, 30 diputados, de un total de 63, se habían reunido el día 19 y jurado secretamente apoyar la proposición de trasladar el Congreso a Puerto Cabello, donde se suponía que este estaría a salvo de cualquier interferencia del Poder Ejecutivo. Asimismo, decidieron declarar con lugar la resolución de enjuiciar al presidente. Caracas entera supo de esta reunión. En su sesión de apertura, la Cámara de Representantes se declaró en sesión secreta y, luego de despejar la barra pública, resolvió trasladarse a Puerto Cabello con el voto de 32 de los 44 diputados allí presentes. Aunque la razón oficial para el traslado era garantizar la seguridad del Congreso, todos entendieron que esta medida marcaría el preludio del enjuiciamiento de Monagas. El traslado a Puerto Cabello sólo podía ser efectuado si las 2 cámaras así lo hubiesen resuelto. Al recibir la invitación de la Cámara Baja para trasladarse a Puerto Cabello, el Senado trató de considerar la proposición, pero el senador liberal Estanislao Rendón, quien tenía la palabra, la mantuvo durante toda la sesión de ese día, algunos han dicho que con el fin de retrasar la decisión del Senado de trasladarse y así forzar a la impaciente Cámara Baja a discutir las acusaciones en contra del presidente en Caracas donde la población apoyaba a Monagas. Basándose en el artículo 75 de la Constitución, los diputados decidieron formar una guardia en el local de sus sesiones para garantizar el libre ejercicio de sus funciones, nombrando al coronel Guillermo Smith para organizaría. Esta medida causó agitación en la ciudad por reflejar la desconfianza de los diputados hacia las autoridades y, más aún, por el nombramiento como jefe de la guardia de un conocido paecista. Al anochecer del 23 de enero, más de 200 hombres armados, la mayoría de ellos jóvenes pertenecientes a la oligarquía conservadora, se habían presentado a Smith para formar la guardia. Al conocerse esta noticia, grupos de hombres armados comenzaron a rondar por las calles. Las milicias de reserva de los pueblos circunvecinos a Caracas fueron movilizadas esa noche para ser apostadas en las afueras de la capital. Durante la noche, el gobierno protestó ante el presidente de la Cámara de Representantes acerca de la presencia de una fuerza armada de semejante tamaño argumentando que la Constitución sólo se refería a una fuerza de policía únicamente y no a un número ilimitado de hombres para la guardia del Congreso. Aunque el presidente de la Cámara negara la protesta, la guardia se fue reduciendo durante la noche hasta el amanecer cuando solo 20 jóvenes integraban sus filas. El día 24 de enero de 1848, a las 10 a.m., más de 1.000 personas se habían congregado a las puertas del convento de San Francisco en Caracas donde sesionaba el Congreso. Para la sesión del mediodía la barra pública estaba copada por «ciudadanos notables», algunos de ellos armados, mientras que Smith y la guardia estaban apostados en la entrada del convento. El secretario de lo Interior y de Justicia, doctor Tomás José Sanabria, acompañado por un hijo de Monagas y 2 de los suyos, llegó a la Cámara Baja pasadas las 2:30 p.m., para entregar el Mensaje Anual del presidente y antes de poder retirarse para hacer lo mismo ante el Senado, el diputado José María de Rojas propuso que al secretario no se le diera el permiso de retirarse y que, por lo contrario, se llamase a los otros 2 miembros del gabinete para que informasen sobre el estado de agitación reinante en la ciudad y sobre las medidas tomadas por el Ejecutivo para mantener el orden público. Al aceptar la Cámara la propuesta de Rojas, alguien en la barra gritó que el ministro había sido puesto bajo arresto y varios asistentes salieron de la sala para dar la noticia al público en la plaza. En el Palacio de Gobierno, actual Casa Amarilla, el Ejecutivo interpretó la citación del gabinete como un intento por dejar al presidente sin poder. Por la Constitución (artículo 136), el presidente no podía expedir ninguna orden sino a través de los secretarios de su gabinete, aun si esa orden llevaba su propia firma. Por otra parte, con el gabinete reunido en su recinto, el Congreso podía decidir la suspensión del presidente de la República, sin que José Tadeo Monagas pudiese expedir legalmente orden alguna para contrarrestar este procedimiento. Habían pasado 20 minutos desde la detención de Sanabria. La muchedumbre en la plazoleta a la entrada del convento se exasperaba. Corrían rumores de que la vida de Sanabria peligraba o de que había sido asesinado. Para ese momento, los conservadores estaban convencidos de que Monagas y los liberales deseaban disolver el Congreso para prevenir la suspensión del presidente y temían que la muchedumbre aglomerada afuera sería utilizada para atacar al Congreso. Cuando llegaron algunos milicianos, la guardia del Congreso consideró el ataque como inminente. No es posible establecer quién fue el primero en disparar. Basta saber que hubo una trifulca entre un hombre y uno de los centinelas, que la inexperta guardia probablemente pensó que comenzaba el ataque y que las primeras muertes ocurrieron entre la muchedumbre reunida en la plazoleta. Esta arrojó piedras e insultos pero no pudo entrar al recinto. Los diputados paecistas estaban convencidos de que la turba invadiría el convento para asesinarlos. Presa de pánico, la Cámara Baja se disolvió y sus miembros escaparon por los balcones y tejados. Algunos fueron ultimados al salir a la plaza por la puerta principal del convento, uno de ellos luego de disparar sus pistolas en contra de la multitud. Pero el recinto del Congreso en sí no fue asaltado. Llama la atención la evolución de un suceso que luego fue descrito como un ataque por parte de una furiosa multitud. Los disparos fueron esporádicos; la pugna se concentró a la entrada del convento y los diputados sólo fueron afectados al salir a la calle. En total, murieron 8 personas, 4 de ellas diputados (3 conservadores y un liberal), destacándose la figura de Santos Michelena, quien falleció poco tiempo después. Varias personas resultaron heridas. Casi todos los diputados muertos fueron apuñalados, lo cual sugiere que la milicia tuvo poco que ver con estas muertes pues llevaba armas de fuego. Las muertes tuvieron lugar en una pequeña área que iba desde la entrada de la plazoleta hasta el patio del convento; 2 personas parecen haber muerto en el patio, las demás en la plazoleta. Pero, en todo caso, ni la muchedumbre ni la milicia lograron subir al salón del piso superior donde se reunía la Cámara. El suceso del 24 de enero de 1848 fue una respuesta agresiva por parte de la gente que estaba en la plazoleta y no un «atentado» al Congreso. Sólo unos pocos hombres a la entrada del convento fueron los probables responsables de las muertes ocurridas. Estos hombres pudieron haber sido asesinos o simplemente individuos llevados a actuar por la excitación de la turba. La milicia, o al menos sus oficiales, tenían instrucciones de mantener el orden y de proteger vidas y aparentemente hizo esfuerzos para proteger a los diputados que salían a la plazoleta. Entre los paecistas que fueron protegidos estaban el propio Smith, Juan Vicente González y José María de Rojas. Cuando llegó al lugar, luego de que se hubiese restablecido el orden, Monagas escoltó personalmente a algunos diputados quienes fueron a buscar refugio en las legaciones extranjeras. El historiador Caracciolo Parra Pérez llega a la conclusión de que no se puede acusar al Ejecutivo de haber planificado el suceso o de haber incitado a la turba a la rebelión a través de sus agentes. Pero a pesar de que el Ejecutivo tenía el poder para evitar que ocurriese cualquier violencia, decidió tomar ventaja de la situación permitiendo que la fuerza de la turba dominase el poder partidista del Congreso. De esta manera, el Congreso oligarca que había planificado el enjuiciamiento de Monagas se dispersó a causa de su temor a ser asesinado por una turba de ciudadanos y milicianos.
Consecuencias inmediatas: Al día siguiente (25.1.1848), representantes del Ejecutivo, así como Monagas en persona, ocurrieron a las legaciones para convencer a los diputados que allí se encontraban, de la necesidad de reunir nuevamente al Congreso para mantener el proceso constitucional. Si acaso los argumentos que se utilizaron para convencerlos incluyeron amenazas, estas debieron haber sido más implícitas que explícitas. Sin embargo, en una u otra forma las hubo, como lo sugiere la respuesta de Fermín Toro a quienes le incitaban a reincorporarse al Congreso: dijo que su cadáver lo podrían llevar, pero que él no se prostituiría haciéndolo. Al lograr el quórum, el Congreso declaró restablecido el orden constitucional y le otorgó poderes especiales al Ejecutivo para contrarrestar cualquier alzamiento que pudiese surgir en el país. Con esta maniobra, el Ejecutivo era nombrado defensor y protector de la Constitución y de las Leyes y podía entonces argumentarse que la rebelión de Páez que estalló a los pocos días, estaba fuera de la ley. Monagas obtuvo entonces suficiente apoyo militar para derrotar y exiliar a Páez. A Monagas se le acusa de haber destruido las instituciones republicanas, pero debe tomarse en cuenta el hecho de que si hubiese permitido su suspensión y enjuiciamiento, habría estado salvando esas instituciones no para el país en general sino para Páez y los oligarcas, quienes las habían controlado desde su fundación. Los liberales declararon el suceso del 24 como la gran victoria del pueblo sobre sus opresores. Esta interpretación se mantiene aun dentro de ciertos círculos, a pesar de que los hechos revelan que, en realidad, no era «el pueblo» el que se había alzado contra el Poder Legislativo. El suceso del 24 de enero no fue una pugna por salvar las instituciones sino una pugna entre paecistas y monaguistas, una pugna que ganó Monagas, debido a la ceguera de los oligarcas quienes estaban convencidos de poder valerse de la Constitución para lograr sus propios fines. La oligarquía subestimó la habilidad de Monagas para defenderse. Su sorpresa al encontrar un contrincante más fuerte y hábil de lo esperado, forjó en las mentes de sus contemporáneos la opinión de que era un conspirador, así como un traidor.
Temas relacionados: Insurrección de Páez; Monagas, José Tadeo, gobiernos de (1847-1851).