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Corsarios

Siglos XVI-XVIII

Se denomina corsarios a quienes mandan embarcaciones armadas particulares con patente real o de un gobierno para asaltar y apresar buques mercantes de una nación enemiga. También se llama así a los buques armados con dicho propósito. Frecuentemente la embarcación corsaria no era exclusivamente particular, pues la Corona o gobierno que concedía la patente tenía aun parte en el gasto del negocio, por la que cobraba luego una parte del botín capturado, como ocurría por ejemplo con la Corona británica. A fines del siglo XVIII los corsarios fueron incluso empresas realengas, subvencionadas por los gobiernos, para defender sus dominios del ataque de piratas o de la actividad de contrabandistas. Antiguamente los corsarios se llamaron también corsaristas, corsistas, cosarios y cursarios. Las actividades corsarias datan de los comienzos de la historia marítima y fueron frecuentes en el mar Mediterráneo durante la Antigüedad y la Edad Media. En el océano Atlántico fueron igualmente notables durante el siglo XV, pero su gran desarrollo se inició en el XVI, paralelamente con la conquista y colonización de América.

La primera acción corsaria data de 1521, cuando Juan de Verrazano, al servicio de Francia, atacó y capturó uno de los navíos españoles que conducían a España el botín logrado por Hernán Cortés en la conquista de México. El corso en América fue consecuencia de la política de mare clausum impuesta por España y Portugal en las Indias, sobre la base de la donación papal estipulada en las Bulas Alejandrinas (1493) y del subsiguiente régimen de monopolio comercial. Los corsarios y los piratas desconocieron estos derechos y pretendieron participar en el botín americano por la vía de la violencia, pues consideraban que el océano era un mare liberum, como lo defendió más tarde Hugo Grocio. Inglaterra y Francia dieron gran ayuda a sus corsarios y piratas con objeto de minar el poderío español, y el problema adquirió incluso connotaciones religiosas, al considerarse una lucha contra la hegemonía de los papistas. El corso se vio además favorecido por las continuas guerras de los españoles contra distintas naciones de Europa, pues siempre hubo algún gobierno inglés, francés u holandés dispuesto a dar «patente de corso» para la captura de buques españoles; o a lo menos un apoyo encubierto a los que realizaban tales empresas. En realidad es muy difícil separar la historia del corso de la piratería, ya que sus actuaciones fueron similares y a veces actuaban conjuntamente. Los corsarios no se limitaron a atacar y capturar las embarcaciones españolas, sino que a menudo, desembarcaban en las poblaciones costeras, asolándolas y pidiendo rescate por su liberación. Los 4 grandes períodos históricos del corso son: el predominio francés (1521-1585), cuando destacaron Jacques Sores y Robert Baal; el predominio inglés (1585-1625), con figuras como John Hawkins y Francis Drake; el predominio holandés (1625-1640), en el que destacó Balduino Enrico; y finalmente el nuevo predominio inglés (1640-1713), con Henry Morgan y una infinidad de figuras de menor talla. En 1713 los ingleses lograron la autorización española para comerciar con las colonias de América (Tratado de Utrecht), mediante el «navío de permiso» y el «asiento negrero», lo que les permitió realizar un contrabando legalizado. Entonces fue España la que comenzó a organizar su actividad de corso, precisamente para defender sus costas y para evitar el contrabando. A fines del XVIII el corso se había convertido en una actividad más honorable, destacando los corsarios españoles, franceses y norteamericanos.

La presencia de corsarios y piratas en Venezuela data de los orígenes de la colonización. Cubagua fue asaltada por corsarios franceses antes de 1528. Los ataques se activaron durante la segunda mitad del siglo XVI. En 1555 Jacques Sores asaltó Margarita y el puerto de Borburata, lugares nuevamente asaltados por Jean de Bontemps en 1565. John Hawkins inauguró el período de predominio inglés en Borburata ese año, cuando puso las bases de su negocio triangular (manufacturas inglesas, negros esclavos y ron americano). En 1567, Hawkins volvió a Borburata, esta vez acompañado de su aventajado discípulo Francis Drake. Luego siguieron multitud de corsarios y piratas, destacando Namburg (1593), Amyas Preston (1595) y muy especialmente sir Walter Raleigh, quien soñó con descubrir El Dorado en Guayana. Su última incursión la hizo en 1617 a Santo Tomé de Guayana y en contra de la prohibición expresa de su Corona, por lo que fue ajusticiado. Durante el predomino holandés destacaron los asaltos del propio Balduino Enrico, así como los de Peter Ahien y Enrique Gerard a La Guaira, La Tortuga y Maracaibo. En la última etapa de predominio inglés Venezuela vivió un sobresalto continuo, destacando las acciones del famoso Henry Morgan en Maracaibo y Gibraltar (1669) y las del francés Jean Grammont en Maracaibo, Trujillo, Gibraltar, Margarita y La Guaira (1678-1680). La Corona española basó, al principio, su defensa contra los ataques de corsarios y piratas, así como también de los buques de guerra de las naciones con las cuales sostenía hostilidades abiertas, en 3 formas: el sistema de flotas convoyadas por galeones armados que protegían su navegación; la construcción de fortificaciones en los principales puertos del imperio, especialmente en el Caribe; y el establecimiento de pequeñas flotas o armadas estacionadas en el Caribe. Las primeras fortificaciones que se construyeron en el litoral venezolano e islas adyacentes fueron las de Araya, Margarita, La Guaira, barra de Maracaibo, entre otras, a las cuales se agregaron posteriormente las que defendían, ya tierra adentro, las riberas del Orinoco. En 1577 Felipe II le había pedido informes al gobernador de la provincia de Venezuela Juan de Pimentel sobre la conveniencia de mantener en la costa una dotación de galeras que impidieran los ataques. Durante los últimos años del siglo XVI y los primeros del XVIII se estacionó en las Antillas Mayores, especialmente en Santo Domingo, una flota de galeras que recorría el Caribe para proteger a los buques mercantes españoles y perseguir a corsarios y piratas. En las primeras décadas del siglo XVIII fue creada la Armada de Barlovento con el mismo fin; estos buques visitaban regularmente el litoral venezolano y entre otras funciones tenían las de impedir que buques holandeses o de otros países cargasen sal en Araya y otros lugares de los mares venezolanos como La Tortuga.

España tardó en autorizar a sus propios súbditos para que ejercieran el corso contra las potencias extranjeras con las cuales estuviese en guerra. Pero en febrero de 1674 una real cédula de carácter general, autorizó a todos los residentes en Indias para solicitar patentes de corso con el objeto de apresar los buques mercantes en aquellas provincias. Valiéndose de esto, un marino de nombre José López obtuvo en 1702 patente de corso en Venezuela. Hubo como este otros casos por aquellos años. En 1722, los vecinos gaditanos Alonso Ruiz Colorado y Juan Francisco Melero se ofrecieron a la Corona para sostener por su cuenta los buques armados en La Guaira para reprimir el contrabando y defender el litoral venezolano de los ataques de los piratas y corsarios enemigos a cambio de concesiones comerciales; las naves arribaron en 1723 y efectuaron algunas incursiones durante los 2 años siguientes. El contrato se anuló en 1731, traspasándose este cometido a la Compañía Guipuzcoana. Esta organizó una flotilla corsaria que actuó en varias ocasiones, sobre todo en la época de la guerra contra Inglaterra (1740). La Guipuzcoana señaló a la Corona que esta actividad corsaria le suponía un gasto de 200.000 pesos anuales. En 1780, la compañía perdió su monopolio en Venezuela y quedó relegada al papel de un simple comerciante particular, por lo que se la relevó de la obligación de mantener el corso, el cual se traspasó a la Intendencia. El intendente Francisco de Saavedra convino con la Junta de Hacienda que se creara un impuesto para costear esta actividad, denominado de corso (1784). Su valor se calculó sobre los datos de la Guipuzcoana (los 200.000 pesos) y se estipuló en un 5% para toda mercancía que entrara o saliera de la provincia. A dicho ingreso se añadiría además el valor de las presas hechas a los contrabandistas o a las embarcaciones enemigas. La flotilla corsaria se redujo a solo 5 embarcaciones menores y una balandra, por lo que se consideró que el impuesto de corso podía rebajarse hasta el 2%, lo que se hizo en diciembre de 1784. Al estallar la guerra contra Francia en 1793 se decidió reforzar la flotilla con 2 balaux armados, lo que obligó a subir el impuesto de corso al 3%, pero se cobraba solo en los puertos de la provincia de Caracas y para los artículos que se negociaban con España. En los restantes puertos de la Capitanía General continuó limitado al 2%. En 1803 la Corona dispuso que el resguardo marítimo de Venezuela correspondía a la marina real, por lo que se suprimió totalmente el corso.

Siglo XIX

Durante la Guerra de Independencia hubo también, tanto entre los realistas como entre los republicanos, numerosos buques armados en guerra para hacer el corso. Este mismo nombre recibían los capitanes de ellos y por extensión, cualquier miembro de sus tripulaciones; era un oficio complementario del de las fuerzas navales y tenía por misión perseguir, dar caza y apresar a los buques contrarios y aquellos neutrales a cuyos bordos se encontraran tropas o material de guerra con destino al adversario; los apresamientos eran juzgados por los tribunales competentes, los cuales hacían el dictamen de si cabía o no la condena y en caso afirmativo, declaraban «buena presa» el buque y su cargamento; no obstante, algunos corsarios ambiciosos y deseosos de adquirir fortuna se aventuraban a cometer actos de piratería. Entre los corsarios republicanos a quienes se imputaron actos piráticos figuran José Bianchi y Luis Aury; entre los realistas, Juan Gabazo. Considerando los excesos que cometían los que combatían a favor de la República, Simón Bolívar, en su carácter de jefe supremo de Venezuela, dictó en Barcelona, el 4 de marzo de 1817, una resolución reglamentaria sobre la patente de los corsarios y el 15 de mayo siguiente, el director supremo de las Provincias Unidas de Río de La Plata, Juan Martín de Pueyrredón, dictó en Buenos Aires un Reglamento Provisional de Corso. A mediados de 1810, la goleta corsaria española Casualidad comandada por el teniente de fragata Juan Gabazo, realizaba crucero sobre la costa de la Provincia de Oro y el 8 de septiembre, dio caza y apresó la goleta mercante Francisco de Paula, pero su capitán Matías Padrón logró salvar los pliegos que, del secretario del gobernador de Curazao, conducía para los revolucionarios venezolanos; pliegos que entregó al coronel Juan de Escalona, a la sazón comandante militar del puerto de La Guaira. El 18 de diciembre de 1815, se embarcó Bolívar en Kingston a bordo del corsario republicano La Popa, con destino a Cartagena de Indias y el 19, ya lejos de Jamaica, se encontró con la goleta corsaria Republicana, cuyo capitán le comunicó la pérdida de aquella plaza fuerte y la retirada de sus principales defensores hacia Los Cayos de San Luis, por lo que inmediatamente cambió su derrotero hacia aquel puerto. Los primeros buques de la flotilla cartagenera arribaron a Haití después de la llegada de Bolívar. El 4 de enero de 1816, el corsario La Popa se dio de nuevo a la vela y el 6 capturó una goleta mercante española, convoyándola hacia el próximo puerto haitiano de Aquin, donde ya el corsario Centinela, de la flotilla de Luis Aury, había conducido un bergantín español. Por aquellos días el presidente Alejandro Petión recibió una nota diplomática del general Pablo Morillo, relativa a la violación de la neutralidad, por lo que adoptó una política extremadamente cautelosa, pues en verdad habían violado el derecho de gentes, capturando buques españoles mediante embarcaciones corsarias que ya no poseían ningún puerto ni Corte de Almirantazgo; el corsario La Popa perteneciente a Brión, incurso en el delito, se hallaba ausente en un crucero sobre las costas de Cuba y los funcionarios gubernamentales no podían proceder contra él para probar que reprochaban los actos ilícitos.

A mediados de este año el bergantín español Nuestra Señora de Regla, a consecuencia de un recio temporal fue desarbolado a 8 leguas al sur de la Aguadilla de Puerto Rico y siguiendo su navegación dificultosa por la parte sur de la isla de Santo Domingo, frente a la ensenada de Irvis, fue atacado y hecho prisionero por el corsario republicano La Margariteña, que lo condujo a Haití, donde residía el armador del corsario, quien instruido de que el bergantín presa conducía 141 negros bozales, previno al capitán del peligro que corría si el presidente Petión se pronunciaba por la libertad de los etíopes para aumentar su población, por lo cual La Margariteña, remolcando al Nuestra Señora de Regla, hizo tránsito para la isla desierta de Navassa, donde permanecieron fondeados algunos días estudiando las medidas que habían de tomarse para el beneficio y expendio de aquel cargamento humano. Tan pronto como los armadores del Nuestra Señora de Regla conocieron la suerte corrida por su buque, solicitaron y obtuvieron el permiso del gobernador de Santiago de Cuba para armar en corso la goleta Santa Isabel que, no solo recuperó el barco negrero con su cargamento sino que apresó a La Margariteña con toda su tripulación y la condujo a Santiago de Cuba el 3 de octubre siguiente. Para el mes de marzo de 1819 se hallaban fondeados en el puerto de Juangriego el bergantín corsario artiguista Irresistible y el bergantín corsarioCreola que hacía el corso con patente de Buenos Aires; descontenta por la participación que se le había asignado, la tripulación de este último abandonó el barco y procedió inmediatamente a tomar por sorpresa al Irresistible, alegando para ello que se trataba de una nave declarada pirata por el gobierno de las provincias unidas del Río de la Plata; designaron la nueva plana mayor y se hicieron a la mar, realizando un crucero que asumió el carácter de una verdadera piratería, arribando por último a New Point, donde se les juzgó en un ruidoso proceso del que resultaron convictos y posteriormente condenados sus tripulantes. A mediados de octubre de 1821 el corsario republicano El Vencedor dio caza y apresó a los corsarios particulares La LisaLa Nueva Rosa, encontrando a bordo las instrucciones dadas por el comandante del apostadero realista de Puerto Cabello, Ángel Laborde, las cuales sirvieron de base a las autoridades republicanas para el 3 de noviembre siguiente, efectuar reclamaciones al Gobierno de Curazao por violación de las leyes de las naciones, de la neutralidad que debía observar y agravio notorio de la República. El 10 de febrero de 1822 resolvió el general Carlos Soublette estrechar el asedio de Puerto Cabello y decretó el bloqueo disponiendo situar a su frente una respetable división naval que se formó con la goleta corsaria La Represalia y todos los corsarios de la República, bajo las órdenes del capitán de fragata Bernardo Ferrero. Con el fin de la guerra en territorio venezolano en 1823, decreció la actividad de los corsarios en las costas del país, pero continuó durante algunos años contra los buques mercantes españoles en alta mar, hasta cesar del todo hacia 1826.

Temas relacionados: Comercio exterior; Piratería.

Autor: Francisco Alejandro Vargas, Manuel Lucena Salmoral
Bibliografía directa: Amézaga Aresti, Vicente de. Vicente Antonio de Icuza, comandante de corsarios. Caracas: Ediciones del Cuatricentenario de Caracas, 1966; Briceño Iragorry, Mario. Los corsarios en Venezuela: las empresas de Grammonten Trujillo y Maracaibo en 1678. Caracas: Tipografía Americana, 1947; Courier, Marcos. Piratas en Venezuela.Caracas: El Diario de Caracas, 1979; Exquemelin, Alexander Olivier.Historia de los aventureros-filibusteros y bucaneros de América. Ciudad Trujillo: Editora Montalvo, 1953;--. Piratas de la América.Barcelona, España: Los Libros de Pión, 1982; Fortique, José Rafael. El corso venezolano y las misiones de Irvine y Perry en Angostura. Maracaibo: Universidad del Zulia, 1968; Georget, Henry y Eduardo Rivero. Herejes en el Paraíso: corsarios y navegantes ingleses en las costas de Venezuela durante la segunda mitad del siglo XVI. Caracas: Editorial Arte, 1993; Haring, Clarence Henry. Los bucaneros en las Indias Occidentales en el siglo XVII. 2a ed. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1939, Klotz. Edwin F. Los corsarios americanos y España, 1776-1786. Madrid: Universidad de Madrid, Seminarios de Estudios Americanos, 1959; Lucena Salmoral, Manuel. Piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios en América: perros, mendigos y otros malditos del mar. Caracas: Grijalbo, 1994; Pérez Vila, Manuel. Piratas del mar Caribe. Barcelona, España: Ediciones Mario González, [entre 1981 y 1984]; Serrano y Sanz, Manuel. Las piraterías de Walter Raleigh en la Guayana: documentos inéditos. [Madrid: s.n., 1902].  
Hemerografía: Britto García, Luis. «La piratería en Venezuela», En: Exceso. Caracas, núm. 65, junio, 1994.
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