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Sucre,   Antonio José de
Cumaná (Edo. Sucre) 3.2.1795 —
Berruecos (Colombia) 4.6.1830

Oficial (general en jefe) del Ejército de Venezuela, Colombia y Ecuador, Gran Mariscal de Ayacucho (Perú). Presidente de Bolivia. Político y estadista. Hijo del teniente Vicente de Sucre y Urbaneja y de María Manuela de Alcalá y Sánchez. Se le considera el militar más completo y cabal de los próceres de nuestra Independencia. Fue un paradigma en el estricto cumplimiento de su deber; era inflexible, duro y justo. Su padre, sus 2 abuelos y 4 bisabuelos y los más de sus tatarabuelos, fueron militares. Perdió su madre a los 7 años. Adolescente fue enviado a Caracas al cuidado de su padrino el arcediano de la catedral, presbítero Antonio Patricio de Alcalá, para iniciar estudios de ingeniería militar en la Escuela de José Mires. En 1809, con su hermano Pedro y otros jóvenes, integró como cadete la compañía de Húsares Nobles de Fernando VII, en Cumaná, unidad organizada por Juan Manuel de Cajigal y Niño, gobernador de la provincia de Cumaná.  

En 1810, la Junta de Gobierno de Cumaná le confiere el empleo de subteniente de milicias regladas de infantería. Este grado fue ratificado por la Junta Suprema de Caracas el 6 de agosto de ese mismo año. En 1811 desempeña en Margarita el cargo de comandante de ingenieros. El 31 de julio de ese año recibió el despacho de teniente. En 1812 se halla en Barcelona, en calidad de comandante de la artillería. Allí, el 3 de julio del citado año, junto con otros ciudadanos notables, firmó el acta de la junta de guerra que se reunió aquel día para resolver lo conducente a la seguridad de la República, a raíz de los acontecimientos en Caracas (ofensiva de Domingo de Monteverde) y la ocupación de Cúpira por un grupo de partidarios de Fernando VII. Tras la capitulación del general Francisco de Miranda regresó a Cumaná, donde el nuevo gobernador realista Emeterio Ureña le extendió pasaporte para que se trasladase a Trinidad; pero no consta que hiciera uso de dicho documento. En 1813, bajo las órdenes del general Santiago Mariño, integra el grupo de republicanos conocido como los «libertadores de oriente» y participa en las operaciones para la liberación de aquella parte de Venezuela. Como edecán del general Mariño, en 1814, asiste a la conjunción de las fuerzas de oriente con las de occidente en los valles de Aragua. Ese año, su hermano Pedro fue fusilado en La Victoria por los realistas; y víctimas de José Tomás Boves mueren en Cumaná sus hermanos Vicente y Magdalena. No menos de 14 parientes inmediatos perecerán en la Guerra de Independencia. En 1815, tras combatir bajo las órdenes del general José Francisco Bermúdez en Maturín, pasa a Margarita y escapando del general Pablo Morillo, sigue a las Antillas y Cartagena. En esta plaza, con Lino de Pombo de jefe inmediato, dirige los trabajos de fortificación para la defensa de la ciudad contra el asedio realista. En diciembre está en Haití. Cuando regresaba después a Venezuela naufraga en el golfo de Paria. En 1816, Mariño lo nombra jefe de su Estado Mayor y lo asciende a coronel. Este mismo jefe lo designa en 1817 comandante de la provincia de Cumaná. Ese año, después del Congreso de Cariaco (8 mayo) desconoce la actuación de dicho cuerpo y autoridad de Mariño y se traslada a Guayana, donde se pone bajo las órdenes de Simón Bolívar. El 17 de septiembre de ese mismo año recibió de Bolívar la designación de gobernador de la Antigua Guayana y comandante general del Bajo Orinoco; y también el encargo de organizar un batallón con el nombre Orinoco.

Empezaba su carrera de gobierno en la cual desempeñaría todos los cargos de la Administración civil hasta presidente de la República en Bolivia. El 7 de octubre del mismo año (1817) recibió el nombramiento de jefe de Estado Mayor de la división de la provincia de Cumaná, bajo las órdenes del general Bermúdez, nombrado comandante de la citada gran unidad. Estos nombramientos tenían, además la finalidad de reducir la disidencia que reinaba en Cumaná. «El general Bermúdez y Vd. van a hacer cosas grandes en Cumaná y quizás algún día serán llamados los salvadores de su país», dijo Bolívar a Sucre en aquella ocasión. En agosto de 1819 fue ascendido a general de brigada por el vicepresidente de Venezuela, Francisco Antonio Zea; grado que será ratificado por Bolívar el 16 de febrero de 1820. Viaja a las Antillas comisionado para adquirir material de guerra; misión que cumple con éxito. Ese mismo año desempeña, interinamente, la cartera dé Guerra y Marina y es jefe titular del Estado Mayor General. Fue uno de los comisionados para concertar los Tratados de Trujillo (Armisticio y Regularización de la Guerra) que en noviembre de 1820 suscribieron los generales Bolívar y Pablo Morillo. Era su primera empresa diplomática, inicio de otra carrera en la cual también descuella con su brillo habitual. De este instrumento regularizador de la contienda, el cual representa un notable hito en el derecho internacional, dirá Bolívar que fue «...el más bello monumento a la piedad aplicada a la guerra». El 11 de enero de 1821, en Bogotá, fue nombrado por Bolívar comandante del Ejército del Sur, en reemplazo del general Manuel Valdés; era la fuerza que, desde 1820, operaba en Popayán y Pasto. No recibió Sucre el cargo porque razones de índole estratégica y política hicieron que Bolívar anulase tal designación y le diese comisión para marchar a Guayaquil, donde reemplazaría al general José Mires y asumiría la misión que se le había encomendado: la de hacer que la provincia (la cual se había independizado de los españoles en octubre de 1820) se incorporase a la República de la Gran Colombia y tomar el mando de las tropas que hubiese en Guayaquil, como pasos previos para la liberación de Quito, que era el propósito principal de las operaciones que se ejecutasen. El 6 de abril llegó Sucre a Guayaquil y al presentarse ante la Junta de Gobierno, expuso la razón de su presencia allí y de la idea de una unión de la provincia con Colombia. El 15 del mismo mes fue celebrado un tratado entre Sucre (por Colombia) y José Joaquín de Olmedo, Francisco Roca y Rafael Jimena, miembros de la Junta. El tratado estipulaba que Guayaquil mantendría su soberanía, pero bajo la protección de Colombia. En aquella oportunidad Sucre quedó facultado para abrir la campaña contra los realistas, y con tal motivo, Guayaquil le ofreció todos los recursos disponibles. En julio de 1821, el mariscal de campo Melchor Aymerich, a la cabeza de una columna de 1.700 hombres abrió operaciones contra Guayaquil, por Guaranda, Babahoyo y Yaguachi; acción combinada con la ejecutada por el coronel Francisco González con 1.000 hombres, por Cuenca hacia Yaguachi. El 7 de agosto se movió Sucre con unos 1.000 infantes y 200 jinetes, contra la columna de González a quien derrotó el 19 del mismo mes en la batalla de Yaguachi. Sucre contramarchó para enfrentar a Aymerich; pero este, rehusando el combate, se retiró a Sabaneta y después a Guaranda, bajo la persecución de una unidad republicana. Sucre aprovecha la victoria de Yaguachi para instar nuevamente a la Junta de Gobierno para que defina la suerte de Guayaquil. El 3 de septiembre, la Junta se pronunció en favor de la unión con Colombia; pero no se hizo efectiva debido a la indecisión de Rafael Jimena y a la hostilidad hacia Colombia del coronel Francisco Roca. La situación política de Guayaquil quedó en suspenso. En septiembre del mismo año emprendió Sucre operaciones contra la columna de Aymerich, y en su avance fue derrotado por la columna de Francisco González en Huachi el 12 de septiembre. Sucre se retiró a Guayaquil, donde reconstituyó sus fuerzas y las aumentó con las tropas reclutadas en la provincia y con las que llegaron de Colombia en octubre de ese año. Para diciembre la situación política de Guayaquil se tornó un tanto delicada por la llegada de los generales Francisco Salazar y José de La Mar, procedentes del Perú; el primero como embajador del Perú y el segundo con el propósito de tomar el mando en la provincia y sus fuerzas militares. Ambos agentes desarrollaron actividades en favor de la causa peruana, lo cual activó el espíritu del partido contrario, cuya consecuencia fue la decisión de Porto Viejo, el 16 de diciembre, cuando declaró su incorporación a Colombia, ejemplo seguido por las localidades de Jipijapa y Manabí. La Junta nombró a La Mar gobernador de la provincia y le confió el encargo de someter por la fuerza a los pueblos que se habían pronunciado por Colombia. Intervino Sucre y convenció a unos y a otros de que lo más importante era luchar contra el enemigo común y dejar de lado la contienda partidista para cuando la libertad estuviese consolidada. Inmediatamente Sucre envió como su delegado personal ante las autoridades republicanas de Lima al coronel Tomás de Heres, quien obtuvo el envío de tropas peruanas como ayuda a la empresa de Sucre. Estas tropas, mandadas por el coronel Andrés de Santa Cruz, recibieron el nombre de División Peruana. El éxito diplomático-político de Sucre en Guayaquil, el refuerzo de las tropas de Santa Cruz, la buena opinión que de Colombia se habían formado los guayaquileños y la información de la marcha de las fuerzas de Simón Bolívar hacia Pasto, pusieron a Sucre en condiciones favorables para la prosecución de las operaciones para la liberación de Quito.

Su plan general consideraba una concentración de fuerzas en el área comprendida entre Loja, Saraguro y Oña; en aquella zona debía unírsele la División Peruana. En coordinación con la concentración prevista actuaría una fuerza secundaria cuyo propósito era el de amenazar a Quito y las comunicaciones realistas con Riobamba. Esta misión la encomendó Sucre al teniente coronel Cayetano Cestari, quien desde Babahoyo fue a situarse en las inmediaciones de Latacunga, con 120 infantes y 40 jinetes. Desde Samborondón envió Sucre una pequeña fuerza bajo el mando del capitán José Antonio Pontón, hacia Alausí, a interceptar las comunicaciones realistas entre Cuenca y Riobamba. Las fuerzas realistas estaban constituidas por 3.000 hombres, distribuidos en Cuenca, Riobamba, Ambato y Quito. Por su parte Sucre disponía de 2 divisiones: una de Colombia y la otra de Perú. A este conjunto dio el nombre de Ejército Unido, cuyo efectivo era del orden de los 2.500 hombres. A fines de enero de 1822 comenzó la operación y para mediados de febrero ya la mayor parte de las tropas republicanas estaba concentrada en Saraguro. Esta operación y la posterior ocupación de Cuenca se llevaron a cabo con relativa facilidad, gracias a las acciones de Cestari y Pontón. Después de algunos días en Cuenca, el general Sucre prosiguió su ofensiva hacia Riobamba, ciudad que fue tomada el 21 de abril. Días antes, el coronel Diego Ibarra, comandante de la vanguardia, había tomado contacto con los realistas en dicha localidad, y como consecuencia de ello, capturó unos prisioneros y puso en retirada las fuerzas que la guarnecían. El 29 de abril reanudó Sucre la marcha y el 2 de mayo tomó posesión de Latacunga donde permaneció 10 días en espera de 2 batallones procedentes de Panamá por mar, mandados por los coroneles José María Córdoba y Hermógenes Maza. El 13 de mayo reanudaron los republicanos la marcha, y para evitar un ataque frontal, Sucre se desplazó por las faldas del Cotopaxi hasta alcanzar el valle de Chillo, separado de Quito por las alturas de Puengasi. Para neutralizar el envolvimiento planeado por Sucre, los realistas retrogradaron y entraron de nuevo en Quito el 16 de mayo. En conocimiento de que desde Pasto avanzaba una unidad realista en refuerzo de las tropas que se hallaban en Quito bajo las órdenes del mariscal de campo Melchor de Aymerich, Sucre envió al teniente coronel Cayetano Cestari en la dirección de Pasto a fin de retardar la marcha del refuerzo realista. Sucre, con el grueso, se puso en movimiento hacia los ejidos de Iñaquito, donde presentaría batalla a los realistas, con grandes posibilidades de éxito, vistas las ventajas que ofrecía el empleo de la caballería. Durante la ejecución de este desplazamiento se produjo la batalla en las faldas del volcán Pichincha, inmediatas a Quito, el 24 de mayo de 1822; en efecto, al percatarse Aymerich de la maniobra que realizaban los republicanos, marchó hacia el Pichincha y les presentó combate. La victoria fue de Sucre, la cual fue completada con la capitulación que el jefe patriota concedió al mariscal Aymerich el 25 de mayo del mismo año. Con las operaciones cuyas acciones finales se produjeron en las faldas del Pichincha y en la ciudad de Quito, Sucre decidió a su favor la vacilante y delicada situación de Guayaquil; dio libertad al territorio que conforma hoy la República de Ecuador, y facilitó su incorporación a la Gran Colombia. El 18 de junio de ese año, Bolívar le asciende a general de división y lo nombra intendente del departamento de Quito. Al frente de los destinos de Ecuador desarrolla una positiva obra de progreso: funda la Corte de Justicia de Cuenca y en Quito el primer periódico republicano de la época: El Monitor. Instala en esa ciudad la Sociedad Económica. De su actividad personal es buena prueba que, el día 6 de septiembre de 1822 expidió y firmó en Quito 52 comunicaciones. Interesado por la educación puede afirmar que halló en Cuenca 7 escuelas y dejó 20.

A comienzos de 1823 el Perú llama a Simón Bolívar para que se haga cargo de la empresa libertadora, pero ante la imposibilidad de viajar de inmediato, designó a Sucre y lo proveyó de las credenciales para las comisiones que debía cumplir en el Perú: pedir la ratificación del Tratado de Alianza concluido por los plenipotenciarios del Perú y Colombia el 6 de julio de 1822; proponer el plan de operaciones para la campaña que se debía desarrollar o reformar aquellos que estuviesen vigentes; permanecer en el país como agente diplomático, con libertad para intervenir en las operaciones militares, y a nombre de la República de Colombia podía garantizar cualquier tratado de evacuación del territorio que ocupaban las armas españolas, o de suspensión de hostilidades entre las fuerzas peruanas y realistas. El 10 de mayo de 1823 llegó a Lima y al día siguiente presentó credenciales, en momentos cuando el Perú hacía frente a una situación muy embarazosa, consecuencia de la inestabilidad política y del reciente fracaso de los republicanos en la primera campaña a Intermedios. Por esta época se hacían los preparativos para una segunda campaña, también a Intermedios, en la cual, Sucre con la División Auxiliar (grancolombiana) debía marchar a la ciudad de Arequipa, donde actuaría en combinación con las acciones llevadas a cabo por el general Andrés de Santa Cruz. El 30 de mayo recibió Sucre el nombramiento de comandante del Ejército Unido, y el 21 de julio fue proclamado jefe supremo militar, cargo aceptado por Sucre con la condición de ejercerlo solamente en el teatro de la guerra. A pesar de la victoria de Santa Cruz en la batalla de Zepita (25.8.1823), la campaña degeneró en fracaso. Sucre retomó a Lima, después de su retirada de Arequipa; operación muy elogiada por los críticos, particularmente Carlos Dellepiane, quien afirma: «Las atinadas disposiciones de Sucre en Arequipa, por medio de una retirada oportuna y voluntaria, le permitieron salvar parte del ejército, que si se hubiese empeñado, habría realizado el sacrificio más inútil...».

El 1 de septiembre del mismo año llegó Bolívar al Perú, y desde el mismo día contó con la cooperación de Sucre en la ejecución de las múltiples tareas, tanto militares como políticas. En su condición de comandante general del Ejército Unido participó en las operaciones que condujeron al triunfo de los republicanos en la batalla de Junín (6.8.1824) y en las operaciones que siguieron hasta alcanzar las tropas el territorio de Andahuailas. Allí recibió de Bolívar el encargo de la conducción de las operaciones finales de la campaña libertadora del Perú; tal decisión se originó en la ley del Congreso de Colombia del 28 de julio de 1824, que no solo revocaba las facultades extraordinarias que antes habían sido conferidas a Bolívar, sino que le retiraba el mando de las tropas grancolombianas existentes en el Perú. A fines de octubre de ese año desde Cuzco lanzan su ofensiva los realistas contra el Ejército Unido Libertador. Sucre maniobra para evitar el tener que librar combate en condiciones desventajosas y traslada sus fuerzas al campo de Ayacucho donde hace frente a los realistas el 9 de diciembre, con victoria para las armas republicanas, tras la cual los vencidos se entregan mediante una capitulación concedida por Sucre. Fue la última batalla del proceso emancipador. Bajo las órdenes de Sucre combatió una efectiva representación de la unidad continental en oficiales provenientes de Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá, Guatemala, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Curazao, Puerto Rico y México; además de otros procedentes de distintas naciones de Europa. Bolívar, quien redacta y publica en 1825 su Resumen sucinto de la vida del general Sucre, único trabajo en su género realizado por el Padre de la Patria, no escatima elogios ante la hazaña culminante de su fiel lugarteniente: «...La batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del general Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina [...] Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos, y el imperio sagrado de la naturaleza...». Bolívar reitera con énfasis: «...El general Sucre es el padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol: es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú, rotas por su espada...». El Congreso de Colombia hizo entonces a Sucre general en jefe, y el Congreso del Perú le dio el grado de Gran Mariscal de Ayacucho, equivalente al de general en jefe de Colombia.

A raíz de la victoria de Ayacucho Sucre entra triunfante en el Cuzco y liberta después las provincias del Alto Perú. En 1825 convoca a los representantes de dichas provincias para reunirse en asamblea, y con la aquiescencia de Bolívar esta decide la creación de Bolivia, nueva República (6.8.1825), de la cual Sucre será elegido presidente posteriormente. Es significativa la obra cumplida por el mariscal Sucre en Bolivia, especialmente en la organización de la Hacienda Pública y de la administración general. Se empeñó en promover la libertad de los esclavos y el reparto de tierras a los indios, y sobre todo en beneficio de la educación y la cultura. Ante el Congreso fue categórico al declarar que: «Persuadido de que un pueblo no puede ser libre, si la sociedad que lo compone no conoce sus deberes y sus derechos, he consagrado un cuidado especial a la educación pública». En el transcurso de las 13 semanas que van del 3 de febrero al 5 de mayo de 1826, dio a Bolivia 13 decretos referentes a la creación de colegios de ciencias y artes, más institutos para huérfanos y huérfanas en todos los departamentos, y a establecer escuelas primarias en todos los cantones de la República. La historia recoge la cuenta de su orgullo: «La educación pública es lo que ha hecho más progresos. Los colegios quedan establecidos y marchan bien en todas las capitales de los departamentos, donde también se han abierto escuelas de enseñanza mutua que adelantan rápidamente [...] Para la enseñanza, el gobierno ha dado un plan de estudios análogo a la ilustración del siglo». En cambio, no hay acuerdo entre Sucre como gobernante y Simón Rodríguez como educador, lo cual no permite el desarrollo de los proyectos del segundo en Bolivia. En su gestión política vuelve a hacer gala repetidas veces de aquella su característica ecuanimidad y de su recto sentido de justicia, los mismos que habían animado su disposición, en La Paz, 1825, para «...que se publique un bando en todos los departamentos invitando a los ciudadanos para que aquellos que crean no les he administrado justicia o tengan alguna otra queja contra mí como funcionario público, la eleven a S.E. el Libertador en términos legales, en el concepto de que a más de que S.E. les hará la justicia que les corresponda, les ofrezco no tener jamás el menor resentimiento por ello ni reclamo alguno, y sí una satisfacción viendo empiezan a disfrutar de la libertad por que tantos sacrificios han hecho, y que son ciudadanos dignos de vivir bajo de leyes cuyo cumplimiento saben exigir de los magistrados...» Los sucesos de anarquía militar y política que agitan a la nueva y confundida nación tienen su clímax en el motín de Chuquisaca donde Sucre resulta herido en el brazo derecho (18.4.1828). Por entonces envía poder para contraer matrimonio en Quito con Mariana Carcelén y Larrea, marquesa de Solanda (20 abril). En agosto emprende marcha hacia su hogar, y al llegar se establece en Quito.

En 1829 la República requiere sus servicios para mandar el ejército que debe enfrentar la ofensiva peruana en el sur del Ecuador. Triunfa en la batalla de Tarquí (27.2.1829) y ofrece a los vencidos una capitulación que es modelo de generosa fraternidad americanista, fiel a su lema que «Nuestra justicia era la misma antes y después de la batalla». Su hija Teresita, que vivirá solo 2 años, nació el 10 de julio de 1829. En La Paz había nacido un hijo natural suyo y de Rosalía Cortés, José María, el 13 de enero de 1826. La provincia de Cumaná, a la que guardó permanente afecto lo escogió como su representante al Congreso. En camino a Bogotá tiene conocimiento de la agitación separatista que José Antonio Páez fomenta en Venezuela. En la difícil circunstancia de 1830, se destaca en el quehacer político por su consecuencia hacia la persona y la obra de Bolívar. El Congreso Admirable, reunido en Bogotá, lo elige su presidente en enero de ese año; en febrero, el mismo cuerpo le encarga una misión conciliadora ante el Gobierno de Venezuela; le acompañan José María Esteves, obispo de Santa Marta y vicepresidente del Congreso, y el diputado Francisco Aranda. A mediados de marzo la comisión ha llegado a territorio venezolano, pero por la imposición del Gobierno de Venezuela tiene que regresar a la Villa del Rosario de Cúcuta, donde se llevan a cabo las conversaciones, que duran 4 días, sin lograrse resultados positivos. Sucre regresa a Bogotá, mientras la situación se agrava y la obra de Bolívar se fragmenta. Cuando va de vuelta a encontrarse con su familia en Quito, el mariscal Antonio José de Sucre es asesinado, a traición, en la montaña de Berruecos (sur de Colombia), el 4 de junio de 1830, José María Obando fue señalado como autor intelectual y Apolinar Morillo como ejecutor del crimen.

La vida de Sucre fue un luchar continuo. Combatía contra las fallas humanas, contra los elementos, contra las distancias. Su preocupación por los servicios, por la eficiencia administrativa, llenó muchas de sus horas. Fue indoblegable en su actitud vigilante por la probidad. Castigaba sin vacilar, con rigor extremo, crímenes, vicios y corruptelas, pero fue magnánimo con enemigos y adversarios vencidos. Sobre todo resaltan en Sucre sus conceptos del patriotismo americano, del honor, de la gratitud y la lealtad. En la última carta de Antonio José de Sucre a Simón Bolívar, escrita en Bogotá el 8 de mayo de 1830, consta «...el dolor de la más penosa despedida...», y así de su propia mano escribe: «No son palabras las que pueden fácilmente explicar los sentimientos de mi alma respecto a Vd.: Vd. los conoce, pues me conoce mucho tiempo y sabe que no es su poder, sino su amistad la que me ha inspirado el más tierno afecto a su persona. Lo conservaré, cualquiera que sea la suerte que nos quepa, y me lisonjeo que Vd. me conservará siempre el aprecio que me ha dispensado. Sabré en todas circunstancias merecerlo. Adiós, mi general, reciba Vd. por gaje de mi amistad las lágrimas que en este momento me hace verter la ausencia de Vd. Sea Vd. feliz en todas partes y en todas partes cuente con los servicios y con la gratitud de su más fiel y apasionado amigo».

Autor: José Luis Salcedo-Bastardo
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Iconografía: Son más bien escasos los retratos de Antonio José de Sucre que se conocen. El más antiguo de ellos es una miniatura de autor desconocido que lo representa de uniforme, ejecutada hacia 1820, cuando contaba 25 años de edad; es tradición que perteneció al Libertador Simón Bolívar y que a la muerte de este fue conservada por Manuela Sáenz; actualmente se exhibe en la Casa-Museo 20 de julio, en Bogotá. En 1823 lo retrató en Quito el pintor Antonio Salas, en un óleo donde Sucre figura de uniforme sosteniendo en su diestra una vista de aquella ciudad con el monte Pichincha al fondo; pertenece a la colección de Carlos Montúfar, Quito. Posiblemente el retrato de mayor calidad pictórica de Sucre es el óleo de autor anónimo ejecutado en 1825 en Bolivia, conservado actualmente en el Ministerio de Relaciones Exteriores, Caracas. Pocos años después lo retrató de civil el pintor ecuatoriano Diego Benalcázar en un óleo que perteneció a la marquesa de Solanda, viuda de Sucre, fue luego de Alfredo Flores Caamaño, de Quito y posteriormente pasó a ser propiedad de la sucesión de Enrique Jorge Aguerrevere, de Caracas; se estima que fue ejecutado en Quito hacia 1827. El último retrato del natural conocido es el ejecutado en Bogotá en 1830 por el pintor colombiano José María Espinosa; se trata de un óleo sobre cartón que pertenece a la colección de Carlos Mendíbil, de Lima. Después de muerto Sucre, el artista venezolano Carmelo Fernández hizo alrededor de 1840 un dibujo que lo representa de perfil y de uniforme, cuyo original no se conoce pero que en forma de litografía del taller parisino Thierry Fréres fue publicado en la primera edición del Resumen de la historia de Venezuela de Rafael María Baralt y Ramón Díaz, hecha en París en 1841. En varias poblaciones de América, especialmente en Cumaná, su ciudad natal, en Caracas, en Quito, en La Paz, existen estatuas del Gran Mariscal de Ayacucho erigidas en el presente siglo. Entre las pinturas que representan a Sucre ejecutadas muchos años después de su muerte se destacan el retrato al óleo hecho a fines del siglo XIX por Antonio Herrera Toro, perteneciente a la colección de Antonio José Lecuna; el retrato debido a Arturo Michelena; el óleo que ejecutó el mismo autor titulado La muerte de Sucre en Berruecos, de la Galería de Arte Nacional, Caracas. En 1895 el pintor Martín Tovar y Tovar había exhibido en el Capitolio de Caracas un boceto, del lienzo de grandes dimensiones La capitulación de Ayacucho, que le había sido encomendado por el gobierno para el Salón Elíptico del Congreso Nacional; pero la muerte le impidió terminarlo y lo concluyó Antonio Herrera Toro en 1906.
Hemerografía: «Edición Especial Bicentenario del Nacimiento de Antonio José de Sucre 1795-1995». En: El Investigador Venezolano. Biblioteca Nacional. Caracas, núm. 13, febrero, 1995.
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