Capital del estado Zulia. Población 1.249.670 habs. en 1990. Es el centro administrativo, económico y cultural de un espacio geográfico que comprende la casi totalidad de las planicies y piedemonte andino que rodean al lago de Maracaibo. Su área urbana, superior a los 160 km2, se extiende sobre un terreno llano poco accidentado, en la orilla izquierda de la desembocadura del lago de Maracaibo al golfo de Venezuela. Esta privilegiada y estratégica ubicación, en la salida natural del dilatado hinterland occidental venezolano, ha sido factor determinante en la aparición, crecimiento y consolidación de Maracaibo como centro regional.
Para principios del siglo XVI habitaban sus playas y tierras vecinas comunidades indígenas pertenecientes a los zaparas, onotos, cocinas, toas y aliles. Descendían de las diversas corrientes migratorias de origen arawaco y caribe llegadas a lo largo de 11.000 años. Habitaban en palafitos; cazaban, pescaban y obtenían los alimentos complementarios para la subsistencia, mediante el intercambio de sal y pescados por la yuca y maíz cultivados en la costa sureste del lago. En 1529, la expedición de Ambrosio Alfínger, que había partido de Coro, estableció el primer asiento europeo al que llamó pueblo de Maracaibo, en la orilla occidental del lago, el cual había rebautizado con el nombre de «Lago de Nuestra Señora», posiblemente el 8 de septiembre de ese año, Natividad de Nuestra Señora en el calendario católico. El poblado de Alfínger sirvió de base para las expediciones que recorrieron el lago y las regiones adyacentes y fue dotado de Ayuntamiento y Teniente de Gobernador, y duró hasta 1535. La hostilidad de los aborígenes y la ausencia de corrientes de agua próximas dificultaron la permanencia del poblado. A medida que los expedicionarios adquirían un mejor conocimiento del territorio, surgían en los valles andinos las poblaciones de Mérida, Trujillo, San Cristóbal y Espíritu Santo de La Grita, y se descubría la posibilidad de comunicar con el lago a Pamplona y Tunja a través del río Zulia, se impuso la conveniencia de dar fundación definitiva, en donde estuvo la ranchería de Alfínger, a un poblado que sirviera de centro de apoyo para la penetración y explotación de la región. El primer intento lo hizo Alonso Pacheco. Su expedición partió de Trujillo, y para agosto de 1569 ya estaba fundada la nueva Ciudad Rodrigo de Maracaibo, dotándola de Cabildo; debido a la oposición de los indígenas, en 1573 se vio forzado a despoblarla. Finalmente, en 1574, Pedro Maldonado logró someter a los indígenas, y repobló el sitio con el nombre de Nueva Zamora Laguna de Maracaibo, en cuyos términos iba incluido el contorno del lago y sus alrededores, continuidad geopolítica de la Gobernación de Venezuela de los Welser. Emplazada en un área de clima extremadamente cálido, aunque sano, rodeada de tierras yermas, sin más agua que la proporcionada por el lago y los jagüeyes, y bajo la constante amenaza indígena, Maracaibo logró surgir y crecer gracias a su condición de puerto marítimo y lacustre a un mismo tiempo. En fecha tan temprana como 1580, Nueva Zamora de Maracaibo ya recibía del interior de la región lacustre frecuentes embarques de harina, jamones, bizcochos, cordobanes, badanas y otros artículos para el consumo diario y su reenvío al Caribe; despachaba, en retorno, cargas de cuero, sal, sebo, bálsamos y maderas, productos de la industria local, a los que se añadían las ropas, vinos, aceites e instrumentos de labranza llegados de ultramar. La fundación de San Antonio de Gibraltar, en 1592, para que sirviera de puerto a Mérida y a las áreas vecinas de La Grita y San Cristóbal, y el inicio de un tráfico directo de este puerto con Cartagena y las Antillas, sin tocar en Maracaibo, afectó duramente a sus pobladores. No se garantizaba el abastecimiento diario, y perdían las arcas municipales los ingresos por concepto de alcabala y almojarifazgo. Para justificar este proceder, Mérida, que dependía en su gobierno de Pamplona y Bogotá, alegó que las embarcaciones cargadas con sus frutos no estaban obligadas a pasar por Maracaibo, sujeta a la jurisdicción de Caracas. Validos del control que fácilmente podían ejercer sobre la navegación en la salida del lago, los marabinos forzaron el arribo de los navíos a su puerto. Esta situación originó, en la primera mitad del siglo XVII, graves enfrentamientos, aun armados, entre el ayuntamiento de Maracaibo y el gobierno de Mérida. Convencida la corona española de lo absurdo de aquella dualidad administrativa, que dividía a un espacio unido en lo geográfico por la cuenca del lago y en lo socioeconómico por crecientes lazos comerciales, en 1676 anexó, por real cédula, a Maracaibo y su jurisdicción al gobierno de la provincia de Mérida. Dos años más tarde, en 1678, la capital de la extensa «Provincia de Mérida, Espíritu Santo de La Grita y ciudad de Maracaibo» fue trasladada al puerto marabino. Se adujo la necesidad de reforzar la defensa de la ciudad y demás poblados de la provincia, ya que piratas y bucaneros mantenían en zozobra a la región.
Así, Maracaibo asumió el control hegemónico del occidente venezolano en lo económico y administrativo. Por más de 2 siglos y medio, se convirtió en el centro de intercambio, coordinador y distribuidor de 2 extensos circuitos comerciales: el del interior de la región lacustre y andina y el exterior, el Caribe y el Atlántico, movilizados ambos sobre la base de los cultivos nativos y los europeos de reciente introducción. A Maracaibo arribaban diariamente embarcaciones menores procedentes de los puertecillos de Gibraltar, Tomoporo, Moporo, Puerto Zulia, Los Cachos y San Faustino, cargadas con el algodón, lienzos, cacao, trigo y bizcochos de las jurisdicciones de Trujillo, Mérida, Guanare, San Cristóbal, Pamplona y Salazar de las Palmas; el tabaco de Barinas y Pedraza; jamones, tocino, cueros, cordobanes y badanas de Trujillo y Mérida. Parte de esta producción cubría la demanda local y el grueso se reexportaba hacia Cartagena de Indias, Santo Domingo, Veracruz y Sevilla. En retorno, se abastecían Maracaibo y su región de ropa, telas, hierro, acero, vinos, aceite, esclavos, oro y plata. Este movimiento comercial, que se había iniciado en el último tercio del siglo XVI y que se intensificó a medida que Maracaibo lograba afianzar su hegemonía y capitalidad, incidió favorablemente en su crecimiento demográfico y urbano, y condicionó la configuración de su estructura social.
Para mediados del siglo XVIII, Maracaibo tenía una población cercana a los 10.000 habs. La aldea-puerto ocupaba una estrecha faja de terreno paralela a la orilla norte de la bahía: la iglesia matriz (la actual catedral) al este, el templo de San Juan de Dios al oeste, y las sabanas semidesérticas que se abrían al sur, a escasos metros del eje central, constituían los límites del poblado. En aquel estrecho recinto, formado por algo más de 50 manzanas, la actividad mercantil y las funciones de capital de la provincia habían originado 2 espacios claramente diferenciables en lo arquitectónico y social, identificados en lo eclesiástico y civil como la parroquia matriz y la viceparroquia de San Juan de Dios. En la primera, tenían su sede los poderes públicos y residían los «notables» o «familias de bien», aposentados en amplios caserones de mampostería y teja, algunos de 2 pisos con balcones. Era la Maracaibo predominantemente blanca, habitada por grupos familiares de directa procedencia española o criollos con probanza de linaje: los Almarza de Tejada, Celis, Millares, Baralt, Troconis, González de Acuña, Sánchez de Agreda, López del Pulgar, entre otros. Dos o tres decenas de apellidos, la minoría dominante de la capital provincial y en la región; hacendados y comerciantes que se repetían en las listas de autoridades y funcionarios, emparentados con la minoría «notable» de Trujillo, Mérida, San Cristóbal, Cúcuta y Pamplona, conformando una red familiar que se correspondía con la mercantil y la reforzaba. Según las costumbres y modo de vida hispánicos, sus casas ostentaban sobre sus dinteles escudos nobiliarios y gustaban de acompañar las celebraciones con desfiles de carrozas y comparsas, orquestas y saraos, corridas de toros y funciones de teatro. Al poniente, más allá de la iglesia de Santa Bárbara, en los predios de la viceparroquia de San Juan de Dios, comenzaba la Maracaibo predominantemente mestiza; cobijados en rústicas casuchas de bahareque, techadas con enea o palma, habitaban los jornaleros, pescadores, navegantes, artesanos, aguadores, empleadas domésticas, mendigos de oficio y pobres de solemnidad. La nomenclatura de sus calles y lugares públicos también la diferenciaba de la otra Maracaibo: El Placer, Los Bollos, El Jabón, Tres Cujiés, Los Burros, El Tapón, El Empedrao, El Cerro, La Carnicería; mientras en la primera se las llamaba Calle del Gobierno, del Registro, del Marqués de Santa Cruz o Comercio, plaza mayor, plazuela de San Francisco, etc. Solo identificaban a las 2 Maracaibo, y reforzaban su aspecto aldeano, las calles de tierra sin aceras, el predominio de las casas achatadas, frisadas al barro vivo y cubiertas con enea o palma, y la ausencia de acueducto y alumbrado público. Con esta fisonomía y características entró Maracaibo en el siglo XIX. Antes, en 1776-1777, Maracaibo y su provincia habían sido desagregadas del Nuevo Reino de Granada para entrar a formar parte de la Intendencia de Ejército y Real Hacienda y de la Capitanía General de Venezuela.
Los sucesos y violencia de la Guerra de la Independencia no lograron perturbar el pacífico discurrir de la Maracaibo colonial. Declarada y firmada la Independencia en Caracas, entre 1810 y 1811, el gobierno español se trasladó a Maracaibo. Su Cabildo y juntas de «notables» lo acogieron, y se pronunciaron a favor de la causa realista, hasta el punto que en 1813 las Cortes de Cádiz otorgaron a Maracaibo el título de «Muy Noble y Leal Ciudad». Esta actitud fue erróneamente impugnada por la historiografía tradicional; se la calificó de antipatriótica y contraria al sentir del resto de la nación venezolana. En los momentos en que surgían y se concretaban en Caracas los movimientos separatistas, pesaban aún mucho sobre las fuerzas vivas marabinas las incomodidades y el malestar originados por la anexión de 1776-1777. Caracas era un centro administrativo distante, ignoto y rival. La dinámica del sistema colonial español había creado, en el espacio de la actual Venezuela, regiones que se articulaban económicamente al sistema global en base a las demandas e intereses metropolitanos, independientes las unas de las otras, girando cada entorno sobre una ciudad-puerto, incomunicadas y sin mercados interregionales. Maracaibo y Caracas (esta a través de La Guaira) competían en esta función de reafirmarse como centros nodales. No existía una clase dominante con cobertura y capacidad de dominio nacional que, sin reservas, arrastrase en un mismo proyecto a las diferentes provincias; en cada centro regional, y Maracaibo después de Caracas era uno de los más definidos, operaban grupos de «notables» con pretensiones de hegemonía y control de sus respectivas áreas de influencia. La población de las provincias de la capitanía general, integradas ejecutivamente a fines del siglo XVIII (proceso que se había reforzado al ser instalada en Caracas la Real Audiencia), no se identificaba aún en un sentimiento colectivo de pertenencia a una misma nación. Impropiamente, pues, se escribió, al enjuiciar en conjunto la participación de Maracaibo en la gesta emancipadora, de una actitud antipatriótica y poco nacionalista: ya que la patria para los marabinos era su provincia, y Venezuela aún no se había integrado como Nación.
A lo largo del siglo XIX, Maracaibo se resistió a una articulación incondicional a la naciente Venezuela. Su grupo de «notables», convertido progresivamente en burguesía comercial, luchó por la creación de un espacio político propio; lucha que expresó el enfrentamiento entre sus intereses económicos y de clase con los intentos hegemónicos de las élites de la región central, empeñadas en hacer realidad el proyecto de crear y consolidar la Nación. Esta contienda se dejó sentir periódicamente, en coincidencia con los momentos de definición o crisis del proyecto nacional: en 1829-1830, al decidirse la separación de Colombia; entre 1834 y 1836, en el contexto de la Revolución de las Reformas, que tuvo antecedentes en Maracaibo antes de su estallido definitivo en Caracas; en 1848, a raíz de los sucesos del 24 de enero en Caracas. Con ocasión de estos acontecimientos, la clase dirigente de Maracaibo se planteó y conspiró a favor de fórmulas que devolvieran a la provincia su autonomía. Estas esporádicas manifestaciones se revelaron con mayor consistencia y efectividad a lo largo de la década de 1860, en el marco de la Guerra Federal. Dos militares marabinos, Jorge Sutherland y Venancio Pulgar, acaudillaron las pretensiones regionales de control económico y autonomía política. El 20 de febrero de 1863, firmaron la primera declaración de independencia de Maracaibo con respecto a Venezuela; un mes después, con el apoyo de una numerosa «asamblea de notables», proclamaron la Federación. El estado Zulia nació, en 1863, como «Estado Soberano y Autónomo», con jurisdicción en lo económico, político y militar sobre las provincias de Maracaibo, Trujillo y Táchira. De conformidad con las tradicionales aspiraciones hegemónicas del sector dominante marabino, esta nueva entidad reeditó a la antigua provincia de Maracaibo, revitalizada por el ejercicio directo del poder. La caída del gobierno federal y el fortalecimiento del centralismo durante el período de Antonio Guzmán Blanco cercenaron las aspiraciones autonomistas del Zulia, hasta el punto de ser asimilado por el Gran Estado Falcón, de 1881 a 1890, bajo la figura de sección Zulia, y de que se trasladara su capitalidad primero a Coro y luego a Capatárida. Lo que no pudo detener el creciente centralismo fue la consolidación de Maracaibo como eje económico del occidente venezolano y su rápida transformación de aldea colonial en importante ciudad-puerto del Caribe y del Atlántico; proceso que se inició en la década de 1830 y alcanzó su clímax en la primera del siglo XX. La favorable conjunción de diversos factores, unos de índole externa y otros internos, aceleraron el fraguado geohistórico de la región marabina y definieron los desarrollos urbanos de su capital. El ingreso de Maracaibo, así como del resto de las ciudades venezolanas, a la vida independiente, coincidió con la ola expansiva del comercio mundial, generada a raíz de las revoluciones burguesa e industrial y que en un primer momento, hasta mediados del siglo XIX, capitalizó Inglaterra. El comercio europeo y norteamericano descubrió en Maracaibo y su hinterland andino un circuito de larga tradición mercantil, distante de la convulsionada área central caraqueña. Desde Manchester, Liverpool, Nantes, Boston, Nueva York y una decena más de puertos, arribaron a partir de 1830, cientos de inmigrantes, aventureros, agentes comerciales y hombres de negocios. Para principios de la década siguiente, la mayoría se había establecido en Maracaibo y en las principales zonas productivas de la provincia; unos pocos (Alfred Laussat, Frederic Harris, Hutton Mackay & Co., Blasini & Scott) monopolizaban ya el comercio de Maracaibo con la región y el exterior, y habían fortalecido su posición social mediante oportunos enlaces matrimoniales con las hijas de los «notables»; dieron así origen al núcleo primario de la burguesía comercial marabina. Extraían de las llanuras lacustres y valles andinos cueros, cacao, café, palo de mora, algodón y un centenar de productos, e inundaban estos espacios con manufacturas de procedencia británica. Hacia el interior, el comercio sobrepasaba los límites provinciales e internacionales para adentrarse en los lejanos valles santanderanos y aun en Bogotá; las islas antillanas, Curazao y Saint Thomas principalmente, servían de trampolín al tráfico con Norteamérica y Europa. El movimiento portuario acrecentó y diversificó los contactos de los marabinos con el exterior. Los extranjeros impusieron nuevos gustos, usos y costumbres a la naciente burguesía. Esta importó mobiliario y los más insignificantes enseres domésticos; en franca contradicción con el medio, copió en el vestir pesadas y calurosas modas; favoreció la apertura de academias para aprender el inglés y el francés. Pero sobre todo, acusó un cambio en la percepción del espacio urbano. Maracaibo rebasaba los 15.000 habs. Aquella aldea de calles polvorientas, cruzadas libremente por cerdos y gallinas, donde predominaban las casuchas de bahareque y palma, no se correspondía con la condición de un puerto cuya aduana ya figuraba como la tercera del país, y se la nombraba «...segunda ciudad de Venezuela...». Se ordenó techar las casas con teja, enlosar al menos las aceras, iluminar las calles, recoger escombros y basura, encerrar los animales domésticos, canalizar las cañadas; se pensó en edificar un teatro y remodelar las plazas y el mercado; hasta se propuso construir en la playa casetas para tomar baños en el lago. Quedaron en el papel, por entonces, la mayor parte de estas disposiciones y proyectos; ni las rentas públicas ni la iniciativa privada estaban aún en condición de financiar aquellas obras; tan solo en la parroquia de la iglesia matriz, donde como ya se mencionó, residían las autoridades y la burguesía mercantil, se empedraron e iluminaron algunas de sus calles principales y se reconstruyó y modernizó el muelle colonial. Como hechos significativos de este período debe destacarse el impulso que dieron la colectividad y el gobierno a la educación primaria, y la creación en 1839, del Colegio Nacional. Favorecieron esta demanda la introducción de la imprenta, en 1821, y la creciente circulación de libros y periódicos locales, nacionales y extranjeros. A partir de la década de 1860, la comercialización del café proveyó de los recursos necesarios para que Maracaibo adquiriera definitivamente fisonomía urbana y se consolidara como centro regional. Este próspero negocio, que alcanzó el 90% de las transacciones en el puerto, y las actividades comerciales e industriales complementarias, atrajeron una segunda oleada migratoria de hombres de empresa y agentes extranjeros que reforzó y configuró a la burguesía comercial marabina. Las firmas alemanas sustituyeron a las inglesas y norteamericanas en el control de la importación y exportación. La Casa Blohm & Cía. fue la primera en establecerse en 1854, seguida por Breuer Moller & Cía. en 1865, y una decena más de importancia: Steinvorth, Beckman, Van Dissel Rodé, Christern Zingg, Rayhrer & Firnhaber, entre otros. Con ellos compartieron este período de franca expansión de la economía agroexportadora de la región marabina: la Casa Boulton; las italianas Dalí Orso, H. Mancini, Lovisi & Carusso; y las holandesas con sede en Curazao, J.& H.D.C. Gómez, Jacobo López, D.H. de Lima y Jacob M. Henríquez. Las oficinas, agencias y despachos de estas casas extranjeras sirvieron de escuela práctica a varios maracaiberos quienes no tardaron en independizarse y en constituir sus propias firmas: Julio A. Áñez, Numa R León, Juan E. París, Alfonso Dubuc, M.A. Belloso, Amílcar Morales, Erasmo Urdaneta Ch., entre otros.
Ante esta avalancha de poder comercial y financiero, sustentado y avalado por los cada vez más fuertes centros del capitalismo europeo, la burguesía criolla marabina se agrupó solidariamente, en 1876, en torno a la Sociedad Mutuo Auxilio, creada como centro asistencial, social y cultural, dotada de una caja de ahorros y compañías aseguradoras. En 1882, la «Sociedad» se transformó en el Banco de Maracaibo, primera banca privada que operó en Venezuela. Entre sus principales accionistas figuraron los Belloso, D'Empaire, García, Harris, Troconis, Urdaneta y Vargas. Estratégicos enlaces matrimoniales entre la burguesía tradicional y la advenediza resolvieron de nuevo las diferencias de origen e intereses. Y en 1894, se fundó la Cámara de Comercio de Maracaibo, integrada en su directiva y firmas sociales constituyentes por lo más representativo del comercio local y extranjero. Esta notoria activación de la economía, a partir de la producción del café andino y de su exportación por el puerto de Maracaibo, no se tradujo en un significativo enriquecimiento interno ni en cambios sustanciales en la estructura social. Lo imposibilitaron las condiciones de dependencia y relación desigual en las cuales se insertó la región al sistema capitalista mundial, agravadas por la creciente absorción fiscal del Estado venezolano: la mayor parte de la riqueza generada en la región marabina salía hacia las casas matrices extranjeras, y el producto de la recaudación por impuestos y regalías engrosaba el erario nacional, del que recibía el Zulia una ínfima y desproporcionada fracción para el funcionamiento del gobierno estatal y ejecución de obras de interés público. Sin embargo, con las sobras de aquella seudo-prosperidad la colectividad se dio a la tarea de hacer efectiva la vieja aspiración de modernizar a Maracaibo. En 1899, la ciudad y sus suburbios sumaban 39.000 habs., el 45% de la población total del Zulia. Durante el siglo XIX el perímetro urbano se había extendido hacia el norte, con el municipio Santa Lucía, y hacia el oeste surgió el municipio Cristo de Aranza. A lo largo de sus calles, que estrenaban cómodas y limpias aceras, se alineaban más de 5.000 casas, en su mayor parte techadas con teja, construidas o refaccionadas según nuevos cánones arquitectónicos: altas, de largos ventanales, de contrastantes y vivos colores. En las calles de la Marina y del Comercio, y en las inmediaciones del puerto, se alzaban elegantes las sedes de las principales firmas extranjeras, de 2 y 3 pisos, inspiradas muchas de ellas en la arquitectura de los países de origen. En torno a la plaza Bolívar, remodelada según los gustos afrancesados de aquella época, fueron erigidos, con el mismo estilo, el Palacio de Gobierno y la escuela de Artes y Oficios. Los héroes y las efemérides patrias dieron nuevo nombre a las calles: Libertador, Páez, Carabobo, etc. En 1884, se había inaugurado la primera línea de tranvías de tracción animal: unía al céntrico sector del mercado con Los Haticos, tradicional área de esparcimiento en la ciudad, donde ahora las familias adineradas empezaban a trasladar su residencia habitual. Siguieron a aquellos primeros, los tranvías a El Empedrado, a El Milagro, Las Delicias y el de Bella Vista, de tracción mecánica a vapor, inaugurado en 1891. Otros adelantos significativos fueron la instalación, en 1888, de redes telefónicas y del alumbrado eléctrico; y en 1895, de los servicios del acueducto. En 1897, Maracaibo fue elevada a sede del obispado de su nombre, con jurisdicción en el territorio del estado Zulia, y la iglesia matriz de la ciudad fue declarada Catedral bajo unos patronos titulares, los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. El desarrollo de los estudios humanísticos y de las profesiones liberales, impulsados inicialmente por el Colegio Nacional, conocido desde 1881 como Colegio Federal, y elevados a su máximo nivel con la creación de la Universidad del Zulia en 1889, estimuló el cultivo de las letras y de las disciplinas científicas. La ciudad se vio inundada por nuevas y variadas publicaciones periódicas de calidad: El Fonógrafo, El Posta del Comercio y la revista El Zulia Ilustrado, inspiradora de El Cojo Ilustrado caraqueño. Se editaron cientos de compilaciones poéticas; ensayos jurídicos, históricos y filosóficos; informes sobre descubrimientos y adelantos en las ciencias médicas; dramas, zarzuelas y comedias que se representaron en el teatro Baralt, inaugurado en 1883. Escritores de la talla de José Ramón Yepes y Jesús Semprum sucedieron a Rafael María Baralt; y en pintura, Julio Arraga, Manuel Puchi Fonseca y Neptalí Rincón, emularon con sus obras a las mejores escuelas de la época. En este ambiente de inquietudes intelectuales (a pesar del freno que representó el cierre de la Universidad decretado en 1903 por Cipriano Castro), de realizaciones urbanas y despliegue de las fuerzas productivas vivió y evolucionó la sociedad marabina hasta la segunda década del siglo XX. La ciudad, aunque había crecido en población, y había extendido sus límites urbanos, ocupaba un espacio que aún podía ser recorrido a pie en un día. Su vecindario heterogéneo en composición (burguesía comercial, profesionales y letrados, burocracia comercial y administrativa, artesanado, marinos, buhoneros, proletariado, etc.), se movía libremente por aquella irregular trama de calles y plazuelas, en cotidiano contacto que afianzaba la identificación y efectividad del colectivo, igualado por el uso común de un mismo espacio y por el habla cantarína y su típico «voseo». La especificidad del proceso histórico marabino había fraguado una sociedad eminentemente civil, a la que conducía una élite mercantil e ilustrada. Sociedad impregnada de un fuerte sabor y sentir localista y regional, ajena o poco inclinada a las revueltas políticas y aventuras militares, como lo demostrara su apatía, rayana en la indiferencia, ante la lucha por el poder y de partidos protagonizada por el centro del país en el siglo XIX, y el hecho de no haber convertido sus aspiraciones autonómicas en una propuesta bélica.
Dos hechos alteraron sustancial y violentamente, a partir de la década de 1920, las características socioeconómicas y la fisonomía urbana de Maracaibo: el descubrimiento y explotación de petróleo en la cuenca del lago, y la vinculación de las regiones productoras andinas con el centro del país, a través de las carreteras occidental y trasandina, que privó a la capital zuliana del control financiero y comercial de aquellas. De centro de una amplia economía agroexportadora pasó a convertirse en eje administrativo de una industria primaria extractiva, concentrada fundamentalmente en la región noreste del estado. La actividad comercial, que continuó y se diversificó en manos de la burguesía tradicional, se orientó hacia la satisfacción de demandas de todo tipo, en especial materiales de construcción y mobiliario, motivadas por la constante y creciente migración nacional y extranjera hacia las nuevas fuentes de trabajo. Las compañías petroleras, norteamericanas y europeas, que operaban los ricos yacimientos de la costa oriental del lago establecieron en las afueras de la ciudad capital, Maracaibo, las oficinas principales y las residencias o «colonias» de sus directivos. El área seleccionada para este segundo asentamiento urbano fue una moderada elevación topográfica, al norte y no muy lejos del viejo casco central: un eje este-oeste comprendido entre las actuales avenidas 5 de julio y 72, llamada en la época «Callejón de La Lago», por la sede de esa compañía. En este sector instalaron también sus propios servicios: hospitales, cooperativas de consumo, clubes, etc. El resultado fue la convivencia, hasta la década de 1940, de 2 ciudades, separadas por una gran área intermedia, poblada de hatos, que se comunicaban por las carreteras de Bella Vista y Las Delicias. En este período, Maracaibo duplicó y triplicó rápidamente su población: 84.000 habs. para 1926 y 110.000 habs. para 1936. La presencia extranjera, principalmente norteamericana, sumada a las innovaciones tecnológicas: automóvil, radio, cine, impactaron su sistema de valores, patrones de conducta y costumbres. El afán de enriquecimiento, rápido y fácil, restó tiempo a la cultura y a la ilustración. Las letras, las artes y las ciencias cayeron en el letargo, al cual había contribuido desde antes la clausura de la Universidad del Zulia. La burguesía marabina, en próspero ascenso, abandonó progresivamente sus solariegas residencias en el casco central para construir modernas quintas en los nuevos espacios urbanos que surgían hacia el norte, cerca de las «colonias» petroleras. Esta brecha económica y consiguiente distanciamiento físico rompieron definitivamente los seculares lazos que habían reunido a la sociedad de la Maracaibo tradicional. La burguesía se asemejó cada vez más al visitante extranjero: copió modas y costumbres; aprendió el inglés, e introdujo sus términos y vocablos en el habla cotidiana, y rechazó, avergonzada, el «voseo» en el mundo de los negocios y de las relaciones sociales, aunque lo continuó disfrutando escondido en la intimidad del hogar. A la par que se producía este proceso de pérdida de identidad y alejamiento en la clase dirigente, los sectores populares y medios afianzaron su dominio espacial del viejo casco marabino; y en abierta oposición y protesta a las nuevas pautas y modelos, conservaron el habla y modismos locales, se aferraron con más ahínco y entusiasmo a las tradiciones religiosas y profanas: fiestas de la Chinita y carnaval, y expresaron en las gaitas el sentir regional. A pesar del opacamiento general, algunas personalidades conservaron y dieron continuidad a las inquietudes humanísticas e intelectuales heredadas del siglo XIX: Elias Sánchez Rubio, Ismael Urdaneta, Jesús Enrique Lossada, individualmente, y varios más a través de importantes grupos literarios como «Seremos», «Cauce» y «Apocalipsis».
En la década de 1950, Maracaibo acusó en lo urbano un nuevo impulso expansivo que aún no se ha detenido. Las áreas intermedias entre el eje tradicional y el petrolero comenzaron a ser ocupadas por el producto del crecimiento vegetativo que experimentó el casco central y el flujo constante de corrientes migratorias nacionales y de los países vecinos, en especial desde Colombia, dando origen a numerosas y desarticuladas barriadas. A estas, siguieron las urbanizaciones, al norte y oeste del eje petrolero. La numeración de calles y avenidas reemplazó a la nomenclatura tradicional. Se publican: Crítica, El Regional del Zulia, Panorama, La Columna y Magazine. Televisora Canal 11 del Zulia. Radiodifusoras: Radio Zulia, Radio Calendario, Radio Favoritas Sol, Radio Futuro, Radio Maracaibo, Radio Popular, Radio Reloj, Radio Super, La Voz de la Fe y Aeropuerto. La aparición de cientos de barrios hacia el sur y oeste de la ciudad, y la verticalización de las edificaciones multifamiliares y de oficinas han constituido, junto al mejoramiento de la vialidad por la ampliación de principales avenidas y trazado de vías de circunvalación, los rasgos urbanísticos predominantes en la Maracaibo de hoy. El casco antiguo de la ciudad ha sido parcialmente destruido. So pretexto de modernizarlo, el sector privado, con el apoyo del Estado venezolano, practicó una «cirugía urbanística» para revalorar la tierra. Sin criterio selectivo ni consideración histórica alguna, cayeron numerosas casas y desaparecieron calles y parajes de centenaria tradición; en su lugar emergieron paseos, plazas, edificios administrativos y complejos habitacionales. El Saladillo se desvaneció casi por completo. En las 3 últimas décadas, se ha incrementado la producción intelectual y artística, fruto, en buena medida, de la reapertura y normal funcionamiento de la Universidad del Zulia, a partir de 1946, y creación de otros centros de educación superior. A la par con estas manifestaciones, que reviven inquietudes y potencialidades adormecidas por la era del petróleo, el regionalismo ha cobrado nueva fuerza. La clase dirigente marabina, ante la inoperancia histórica del actual modelo centralista de desarrollo, se ha pronunciado y presiona por reformas que permitan una mayor participación regional en el ejercicio del poder y en la administración de los recursos. Dependen de ella las parroquias: Antonio Borjas Romero, Bolívar, Cacique Mara, Caracciolo Parra Pérez, Cecilio Acosta, Cristo de Aranza, Coquivacoa, Chiquinquirá, Francisco Eugenio Bustamante, Ildefonso Vásquez, Juana de Ávila, Luis Hurtado Higuera, Manuel Dagnino, Olegario Villalobos, Raúl Leoni, San Isidro, Santa Lucía y Venancio Pulgar.