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Quinta de Anauco

Para la segunda mitad del siglo XVIII, todos los terrenos vecinos del río Anauco y los de la quebrada de Gamboa -hoy urbanización San Bernardino de Caracas- eran simples zonas de cultivo, sin mayor interés, en los que no había ninguna edificación de importancia. Tanto los condes de San Javier como sus parientes, los marqueses de Mijares, tenían allí algunas tierras. Según las particiones de los bienes de los primeros, hechas en 1776, estos eran dueños de unas «ocho fanegadas y tres cuartos de tierra de sequero». Los marqueses de Mijares poseían desde el siglo XVII otras tierras, donde estuvo el llamado potrero Apolinar, situado entre el Anauco y el Catuche, con las vertientes hasta los llanos de la sabana. En realidad, solo fue en la última década del siglo XVIII, cuando los dueños de esas propiedades le dieron importancia al lugar y construyeron allí elegantes residencias campestres, destinadas al recreo, al descanso, para la convalecencia, para huir de los grandes calores y sobre todo como refugio para evitar los contagios durante las epidemias. Precisamente uno de ellos fue el capitán Juan Javier Mijares de Solórzano y Pacheco, biznieto del conde de San Javier y nieto del primer marqués de Mijares, quien hizo construir una lujosa casa en las riberas del Anauco. Para tal fin, adquirió un terreno contiguo a una estancia que había heredado de su madre, el cual tenía media fanegada y era el único pedazo que no había sido enajenado de una propiedad de los herederos de José Antonio Fortique. Este terreno fue vendido por 125 pesos el 9 de diciembre de 1796. Por tanto, es muy probable que el capitán mandara a comenzar de inmediato los trabajos de construcción de la casa, los cuales debieron terminarse durante 1797. A partir de entonces, el inmueble fue conocido como la casa de Solórzano. Fuera de utilizarla con fines de recreo, Mijares de Solórzano tenía allí una huerta, algunos animales y una siembra de café. No hay duda: el aristocrático caraqueño le tenía especial afecto a la casa, ya que sobre esta dejó algunas disposiciones muy especiales en su testamento, redactado en 1810. Dispuso que su esposa, María Gerónima de Tovar, la disfrutara «para los días de su vida [... ] para que en ella pudiera habitar en caso de necesitar convalecencia o de recreo», sin que se le pudiese estorbar, «por ninguna persona» y que después de su fallecimiento pasara a ser propiedad de su hijo, Miguel Mariano. Con el terremoto del 26 de marzo de 1812 la casa no sufrió daño alguno: al hablar del inmueble, en los inventarios de los bienes dejados por el capitán, quien había fallecido en agosto de ese mismo año, no se hace mención de daños o de la depreciación de los valores por esta causa. Tanto su viuda como su hijo continuaron usándola como casa de campo, residiendo en ella durante las pascuas y otras festividades. En ella pasarían no pocas angustias durante el período subsiguiente de la Guerra de Independencia. A pesar de ello, Miguel Mariano continuó la siembra de café y renovó el permiso del oratorio en diciembre de 1820. Un año después, al restablecerse el gobierno patriota la familia, temiendo por su seguridad personal, emigró a la vecina isla de Curazao. Según una ley dictada entonces, los bienes de los emigrados fueron secuestrados y por ello la estancia y la casa pasaron a ser propiedad de la Nación. Los muebles fueron vendidos por la misma Junta Nacional de Secuestros y solo quedaron «cinco silletas de caoba desbaratadas». Luego de hacerse los correspondientes avalúos, la casa y la finca fueron arrendadas al general de brigada, Pedro Zaraza, quien pidió el 20 de julio de 1825 que se le asignara esta propiedad por cuenta de sus haberes militares y en virtud de la ley que extinguía los mayorazgos y los vínculos. Pero Zaraza falleció poco después. El 28 de julio la casa fue justipreciada nuevamente y dada en arrendamiento al general Francisco Rodríguez del Toro, marqués del Toro. El 25 de septiembre ya la ocupaba. Mientras tanto, la estancia y el inmueble pasaron a ser propiedad del doctor Samuel D. Forsyth, quien la obtuvo en pago de haberes y vales militares de la Comisión Principal de Repartimiento de Bienes Nacionales. A pesar del cambio de propietario, el marqués continuó como inquilino de la casa hasta que la adquirió por consejo del Libertador, quien se hospedó en ella entre el 2 y el 5 de julio de 1827. El 3 de diciembre, el marqués le comunicó a Bolívar que había cumplido su deseo y que la casa ya era suya. Durante esta época fue cuando se le comenzó a llamar con el nombre de Quinta de Anauco. Allí vivió el marqués hasta su muerte, ocurrida el 7 de mayo de 1851. Con su muerte se cerró una etapa de 26 años en la historia republicana de la casa. En su testamento, el procer pidió que no se enajenaran los derechos de sus hermanos y sobrinos, sino a uno de los cointeresados en ella o de la familia. Cuatro años después sus herederos convinieron en sortear la propiedad entre los 9 sobrinos. La suerte favoreció a María del Rosario Herrera y Toro quien -a los 2 años- la vendió a su tía Gertrudis Toro de León en 1.250 pesos. Esta última se la alquiló al encargado de negocios de Inglaterra, Richard Bingham, quien resultó ser un inquilino problemático y causó no pocos deterioros a la propiedad. Luego, en enero de 1860, la vendió a Domingo Eraso por 5.000 pesos. En poder de esta familia permaneció durante 97 años, al cabo de los cuales, los nietos de Eraso, Cecilia Eraso de Ceballos, Mercedes Eraso de Rodríguez Landaeta y Henrique Eraso, decidieron donarla a la Nación con la cláusula documental de que «siempre sirva como sede del Museo de Arte Colonial y bajo la custodia de la Asociación Venezolana Amigos del Arte Colonial» (ambas instituciones fundadas por Alfredo Machado Hernández en 1942). Desde entonces, la casa, mandada a construir por Juan Javier Mijares de Solórzano, cuidadosamente restaurada y convertida en Museo de Arte Colonial de Caracas, ofrece el mensaje vivo a todos los que la visitan de lo que fue el arte y la cultura de la época hispánica en Venezuela. La casa y sus jardines fueron decretados Monumento Histórico Nacional el 24 de enero de 1978. La importancia de la Quinta de Anauco radica en que su edificación reúne las características esenciales de la arquitectura civil venezolana de la segunda mitad del siglo XVIII. 

Tema relacionado: Patrimonio histórico y artístico de la Nación.

Autor: Carlos F. Duarte
Bibliografía directa:

Duarte, Carlos F. El Museo de Arte Colonial Quinta de Anauco. Caracas: Grupo Univensa, 1991; Pérez Vila, Manuel. La Quinta de Anauco, remanso de paz y amistad para el Libertador. Caracas: Museo de Arte Colonial, 1983; Villanueva, Carlos Raúl. Caracas en tres tiempos. Caracas: Ediciones del Cuatricentenario de Caracas, 1966.

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